“Los campos no se compran... ¡se heredan!” (Una agrogarqueta)
Cuando era chico
me gustaba el campo. ¡Qué paisaje ideal me parecía! Qué bellos atardeceres; el
paraíso, los tamarindos, el caballo nochero en el corral, las vacas lecheras en
la manga regurgitando a la noche, los terneritos balando apartados, los perros
echados a la sombra durante el día, el croar de las ranas en la represa, el
benteveo, la calandria; la cocina a leña encendida, el desayuno con el aroma
tan especial de la leche recién hervida, las carneadas, el horno de barro del
que salían exquisiteces que no he vuelto a degustar, el molinillo “Wincharger”
que cargaba la batería para escuchar en la radio la novela, el Glostora Tango
Club y los Pérez García. ¡Qué idílico me parecía! Y cómo lo disfrutaba. Sentía
la humedad de la mañana y el pasto fresco. El olor que subía de la tierra al
recibir las primeras gotas de lluvia. CONTINÚA: http://laspublicacionesdeconcienciapopular.blogspot.com.ar/2014/05/sobre-lloros-y-rechinar-de-dientes-por.html
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