En la travesía del sujeto moderno el lugar del cuerpo
sufrirá diversas y sorprendentes metamorfosis. Ya en el acto de su
constitución, en el momento en el que se consolida su hegemonía, lo que
quedará tachado será el lugar de aquello que hace resistencia a la
búsqueda cartesiana de transparencia. La anárquica manifestación de la
voluntad –esa dimensión del cuerpo que se resiste a ser sometida a los
designios del tribunal de la razón– señala los límites de esa misma
ratio que alzaba su dominio sobre el mundo interior y exterior
creyéndose depositaria de una certeza incuestionable y garantizadora de
la contención de una corporalidad en permanente descentramiento. Pensar
el advenimiento de lo moderno y de su máquina política, el Estado, es
indagar las condiciones del doble silenciamiento del cuerpo:
desestructuración epistémica, por un lado, es decir ruptura entre
sensibilidad y conocimiento, y, por el otro lado, sometimiento del
cuerpo a las políticas de control policial, social, sanitario y
económico. El núcleo último de las políticas del cuerpo hay que ir a
buscarlo a lo nuevo de un orden social llamado capitalismo. Un
sofisticado engranaje se pondrá en funcionamiento para garantizar la
apropiación, por parte de la máquina capitalista, de lo que, más
adelante, Marx denominará “fuerza de trabajo”. Entre la violencia y la
seducción se irá labrando la historia de ese sometimiento.
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