Es cierto que a nuestras espaldas tenemos una historia,
una historia real acontecida. Pero también es cierto que cada presente
resignifica o incluso genera nuevas condiciones de recepción de esa
historia. Eso supone que han ido cambiando nuestras percepciones del
pasado, incluso nuestra relación con esto que genéricamente llamamos
América latina. De ningún modo, la América latina de los años ’40 o ’50
se pareció a la América latina de los años ’90, pero tampoco la del ’60 o
’70 se pareció estrictamente a la de tres décadas atrás. Cada
generación, cada momento histórico, se enfrenta a la necesidad de dar
cuenta, de repensar, de interrogar aquello que, habiendo quedado en el
pasado, habita profundamente la vida del presente. El pasado, aunque no
lo sepamos, está adelante nuestro.
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