Si la memoria y las comparaciones sirven para dar cuenta de todo, no sirven para nada. Y si no se las tiene en cuenta para nada, lo explican todo.
Entre esas dos variantes viene dándose la mayoría de los criterios
que se aplican para examinar este fin de año enrarecido, convulso,
crispado, atemorizador para muchos. Hace rato que nuestros diciembres
tienen una dinámica particular. Seguramente desde 2001. Las causas que
originaron el cierre de ese año fueron neutralizadas, pero no tanto sus
efectos simbólicos. Aquel diciembre llegó para advertir que siempre
puede estar de vuelta, aunque las condiciones objetivas no se repitan.
Eso tiene todo lo bueno de que se permanece alerta. Y todo lo negativo
de quienes confunden aserrín con pan rallado. En la columna del debe,
basta con acordarse de cómo estábamos hace unos años y de refutar al
bardo de los medios opositores.
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