Se sabe que el arte de todos los tiempos ha contado la historia de todos los villanos. Pero una vez que el villano no puede hacer daño a nadie. Si Mike Amigorena no sabe esto: lo intuye. Porque Héctor Magnetto está vivo y colea y el final está aún abierto. Amigorena puede hacer de Hamlet, y según la crítica lo hace con talento; pero para hacer hoy del oculto titiritero mediático, retratándolo en delitos de chantage, tortura y despojo, se requieren otros dones espirituales e ideológicos. Y ningún actor está obligado a tenerlos y menos a forzarlos. Amigorena debe haberse dado cuenta –lo que es indicio de salvador instinto- de que si a un actor le encomiendan personificar a un puntero suburbano grasa y corrupto le será fácil y sin riesgos. Temerario sería interpretar a Bin Laden aunque esté muerto. Porque podría tener recursos de vendetta post mortem. Y nunca se sabe.
Cuando Orson Welles en 1941 interpretó al temible magnate periodístico William Randolph Hearst, el personaje real estaba en decadencia y su imperio en el ocaso. Ya había sido desactivado y era inocuo. Y cuando Paul Muni en la primera versión de la película “Scarface”, en 1932, se puso en la piel diabólica de Al Capone, este ya estaba en cana y listo para ser clausurado como convicto. Con el paso del tiempo retratar en el arte al “Padrino” fue y es tan manso como retratar a Peter Pan o al descubridor de la vacuna contra la poliomielitis. Porque “Don Corleone” expandió su bonomía y le da nombre a pizzerías y cantinas, y no sé si a algún lujoso complejo de turismo al estilo de Sicilia.
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