Hace una semana, esta columna decía que, frente a la
inminencia del 7D, había que disponerse a perder la capacidad de
asombro. Una referencia obvia a con qué estarían prestos a tirar los
grandes afectados por la batalla cultural —primero económica y
finalmente política, como todo— que ese día de diciembre porta uno de
sus íconos.
El 7D, es muy probable, generará alguna sorpresa. No el 7, en rigor,
sino el lunes 10. Aun así, los efectos de que en esa jornada comience
el proceso a través del cual los grupos comunicacionales deberán
desprenderse de todo lo que les sobra comenzarían a verse, con viento a
favor, bastante después. Martín Sabbattella viene dejando claros ciertos
aspectos técnicos al respecto. Pero el valor simbólico y legal de esa
fecha no tiene retorno. No se espera que antes del viernes suceda algo
estrambótico. Y es de tal forma como lo entienden no sólo el principal
emporio “perjudicado” sino, casi a la par, las corporaciones que
expresan los mismos intereses de discurso único. A todos ellos refería
aquello de estar prontos a perder la capacidad de asombro aunque –seamos
francos– más bien se trató de una frase con alto grado de legítimo
efectismo porque –sabemos de sobra– el volumen de extrañeza nunca debe
perderse. Confesión: en buena medida, esta columna se equivocó. Pese a
eso del legítimo efectismo, cuando políticamente uno no cree que pueda
quedarse estupefacto, dos sucesos de la semana provocan auténtico
estupor.CONTINÚA: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-209081-2012-12-03.html
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