Siria, el mismo guión que en Libia.
En el plano de la política global el
2012 vio el recrudecimiento de la ofensiva del bloque atlántico en Asia y
el Medio Oriente. En su curso se delineó, con más fuerza que nunca. la
tácita alianza entre Washington y el fundamentalismo islámico, incluidos
sus sectores más radicales. El fenómeno no es de ahora: viene de muy
lejos y está caracterizado por una dialéctica compleja, que reúne una
enemistad estratégica con el mundo árabe a una alianza táctica con los
elementos más radicalizados del Islam en cuanto tal. Este peligroso
experimento de jugar con fuego arrancó hace mucho, incluso antes de la
invasión soviética a Afganistán en los años 80, invasión que de hecho
fue precipitada por la necesidad de sostener a un gobierno filo
comunista, de tinte reformador y laico, contra la insurgencia de los
grupos fundamentalistas que eran sostenidos por Pakistán y Estados
Unidos.(1) El apoyo dado a los “combatientes de la libertad”, como
llamaba Reagan a las partidas de insurgentes que resistían al gobierno
reformista de Kabul, terminó con la victoria de aquellas, sólo para
abrir otra etapa de feroces guerras intestinas que culminaron la
victoria del Talibán y la instalación de la ley de la sharia.
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