Se habló mucho, demasiado, del inevitable giro hacia una perspectiva
más moderada y hasta conservadora que le daría Cristina a su segundo
mandato. Se utilizó, a destajo, la maldita, para la memoria de los
argentinos, palabra “ajuste” como santo y seña de lo que se vendría. Con
satisfacción anticipada los titulares de los principales diarios
decretaban el “fin de una etapa” dominada por el “dispendio de los
fondos públicos”, el uso “ilegítimo” de las reservas acumuladas en el
Banco Central y el “festival de subsidios” que habían llevado al
Gobierno, eso decían a los cuatro vientos, a tener que girar en redondo
abandonando la matriz “populista” de un proyecto que “hacía agua por
todos lados”. Cristina, gracias incluso a la relegitimación del 54% de
los votos, se preparaba para desilusionar a la izquierda kirchnerista
invirtiendo el sentido de la “profundización” bajo la nueva metáfora de
la “sintonía fina”. El tiempo de la euforia nacional popular había
pasado. Quedaba, apenas, un resto de retórica y de ficción como para
mantener las apariencias mientras la dura realidad, la que siempre llega
con sus exigencias a cuestas, no abría otra chance que la de iniciar
una política de ahorro y ajuste. Por izquierda y por derecha, los
promotores de la definición del kirchnerismo como “impostura” se
relamían a la espera del supuesto sinceramiento que no tardaría en
llegar a través de medidas de enfriamiento de la economía y de control
del gasto público. Seríamos testigos de la caída de las máscaras.
Para “ayudar” a darle impulso a esta imaginaria y deseada decisión
que estaría dispuesta a tomar Cristina, el lunes siguiente al abrumador
triunfo de octubre, los grupos concentrados de la economía, los que
manejan el núcleo duro de la especulación financiera, multiplicaron la
fuga de capitales y la presión devaluacionista. Creyeron, una vez más y
como reflejo construido a lo largo de décadas, que un pánico abrumador
llevaría al Gobierno a invertir sus, para ellos, políticas neopopulistas
y reindustralizadoras dejando, ahora sí, que la racionalidad primara en
sus decisiones. La respuesta inmediata y sin anestesia de Cristina fue,
como recordará el lector, exigir que las petroleras y las mineras
(¿acaso señal anticipatoria de lo que se vendría con Repsol-YPF?)
liquidaran en el país sus divisas de exportación y controlar, vía la
AFIP, la compra de dólares.
CONTINÚA: http://www.infonews.com/2012/05/11/politica-21230-sintonia-fina.php
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