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martes, 4 de septiembre de 2012

El General y su dios de la Muerte. Por Delsio Evar gamboa

Si la dictadura robó 500 bebés, torturó y desapareció a 30 mil personas, muchas, arrojadas vivas al mar, afanó sus bienes, destruyó el país, lo hipotecó de por vida y lo llevó a la guerra  . . . ¿De qué seguridad hablan algunos?

Ya en el debe de la vida y cuando se acerca el fin, Jorge Rafael Videla, católico medieval, apela al misterio de su religión para justificar sus crímenes de Lesa Humanidad.
“Dios sabe lo que hace, por qué lo hace y para qué lo hace”. Así, con  impostada voz  marcial, y parapetado en la endeblez de sus escuálidas carnes envilecidas como una parodia de sí mismo, le arengó al escritor Ceferino Reato que, hace un tiempo lo entrevistó en la cárcel -privilegio que ningún reo puede tener- y que, en actitud casi cómplice, no le formuló una sola repregunta a este ex general condenado a perpetuidad por genocida y ahora a 50 años más por robo de bebés. Horrores nunca asumidos, ya que su fe le permite exculparse descargando sus crímenes en su dios, del que él, se cree su Mesías.
El delírium trémens al que lo somete su beatuca religiosidad le sirve para ampararse en el designio divino. Un recurso falaz que ofende la dignidad humana porque niega la libertad y la consecuente responsabilidad por los actos de los que cada uno debe hacerse cargo. Está claro que Videla cree en un dios propio y de atención personalizada. Ese dios es el que le inculcaron en su asistencia espiritual los capellanes castrenses Bonamín y Grasselli. El dios que “autorizó” a la cúpula de la Iglesia católica a aprobar la desaparición forzada de personas, la tortura, los baños de sangre “para redimir la Nación” y arrojar personas vivas al mar mediante los vuelos de la muerte, porque la consideraban “una muerte cristiana”. El dios de Videla es el que salva matando “unos siete u ocho mil”, según sus dichos. Tarea poco heroica pero que ensoberbecido por la libido del poder, acometió con unción y fruición, como si en lugar de seres humanos se tratara de cucarachas. Muy lejos del Dios de la Biblia, de misericordia, que libera a los cautivos -Lc.4, 18-, derriba a los poderosos y sacia el hambre de los pobres. -Lc.1, 52-.
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