Un amigo le contaba, hace poco, a quien escribe estas líneas, por qué iba
al psicoanalista. Resulta muy interesante: al principio, el amigo iba
porque el psicoanalista le hacía las preguntas justas, las que lo
inquietaban. Al tiempo se dio cuenta, según contaba, que llegaba lo
mejor: era él mismo quien se formulaba los interrogantes. De modo un
poco rústico, este cronista le preguntó, entonces, para qué seguía yendo
al gabinete del psicoanalista. La respuesta era que allí estaba la
sabiduría del tipo: en darle un espacio para que él pudiera dialogar
consigo mismo. Agregaba que lo bueno que le dejaba tanto vértigo era que
cada vez creía saber un poco más quién es. La atracción a bucear en la
identidad tendrá, seguramente, caminos de lo más diversos de acuerdo a
la educación recibida y a los ambientes que uno frecuenta. Es probable
que no haya más de un cinco por ciento de argentinos que vayan al
psicoanalista, pero hablar del inconsciente es parte del imaginario
colectivo, al punto que no faltan comentaristas en los programas de la
mañana de las radios y los canales que hablen de estos temas. Es una
marca argentina. Al punto de que la revista norteamericana Science dio
cuenta, hace un par de años, de que éste no sólo es el país del mate y
el asado sino el que tiene el coeficiente más alto de egresados de las
carreras de Psicología por habitantes. No va a faltar el que aclare que
no es lo mismo psicólogo que psicoanalista. Tampoco va a faltar el que
pregunte por el precio de la yerba y del kilo de asado. Todo este
laberinto es para hablar del dólar, porque parece un tema demasiado
importante como para dejarlo en manos de los financistas o de los
políticos. Algunos de éstos dicen que sólo uno de cada diez habitantes
de estas tierras ahorra en dólares y algunos periodistas se meten en las
declaraciones juradas de funcionarios para ver cuántos billetes verdes
tienen declarados. Daría la impresión de que estos últimos cuatro años
de crisis financiera no se limitan a la mala leche de los activos
tóxicos sino a un límite un poco más preocupante respecto del papel de
la moneda a la hora de transar bienes o servicios.
El escenario de la Comunidad Europea es tan complejo que no es posible
prever si el euro seguirá siendo la moneda de esa región, que constituye
el principal mercado regional del planeta.
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